San Antonio y el Santo Condestable: dos santos portugueses interpretados por Juan Jiménez

2 julio 2013
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Iglesia de la Cofradía del Silencio del Santísimo Cristo de la Fe
Madrid, junio de 2013

Naturalmente, no podemos evaluar la santidad por el mayor o menor conocimiento que de los santos tenemos, ni por la “grandeza” que –desde nuestra visión terrenal- les podemos llegar a suponer. Todos ellos son Santos y, por ende, “grandes”. Cada uno en su lugar y tiempo, con su carisma o dedicación, han tenido una vida heroica y virtuosa, gozan de la Visión Beatífica y así son reconocidos en la Tierra. Por eso los veneramos.

Pero sí podemos hablar de la popularidad, ya que unos son infinitamente más populares que otros… ¿Que a qué se debe? ¡Pues quién lo sabe…!
San Nuno de Santa María, “el Santo Condestable”, es especialmente querido en Portugal, antes como figura histórica que como humilde carmelita despojado de honores y riquezas. A él -a su empeño, a su visión estratégica y a su valor militar- debe Portugal nada menos que su independencia. Es un héroe nacional que, además, ve tan reconocidas sus virtudes en grado heroico como su valor en la milicia. En España – por razones obvias – es mucho menos conocido, cuenta con una casi nula iconografía religiosa y sería muy raro que se le llegase a dedicar ni una simple capilla.
Otro es el caso de San Antonio, el santo portugués en cuyo nombre “Padua” se sobrepuso al sobrenombre que, franciscanamente, por su procedencia, le correspondería: Lisboa. San Antonio sí es un santo universal y es difícil encontrar una iglesia, por pequeña o lejana que sea, que no cuente con una imagen de este santo, milagrero donde los haya: protege a los niños, a los viejos y a las mujeres gestantes, ayuda a los estériles, a los pobres y a los oprimidos, y también a los caballos y a los burros, evita naufragios, encuentra objetos perdidos y es –sobre todo en el imaginario popular- “un santo casamentero”, entre otras muchas –muchísimas- atribuciones… Genera, también, desde hace siglos, abundante literatura, ya erudita, ya folklórica, y fue, y sigue siendo, objeto de innumerables estudios hagiográficos de muy diferente rigor. Destinatario de plegarias memorizadas de generación en generación, responde a pedidos incluso de no creyentes, o no sería, como hemos visto, especial protector de los más débiles y frágiles, siempre, siempre, de los más desamparados… Sobresaliente caso de devoción popular, celebrado con fiestas, cánticos y oraciones como pocos en el vasto e interesante campo del santoral, San Antonio es un joven tonsurado, que no suelta al Niño ni se despoja del hábito… pero, con esa base, cuenta con una iconografía variada y versátil como ningún otro santo, que va de lo más clásico y “académico” a lo más profundamente popular… habiendo recalado en casi todos los folklores. Por ello nos lo podemos encontrar en todo tipo de imágenes -algunas curiosas, como con su primer hábito, que fue de agustino- en pinturas debidas a grandes maestros de la Historia del Arte, en figuras de barro o madera, de pura artesanía, en cepillos, arcas y cajas limosneras de las iglesias, en estampas y grabados, en medallas y escapularios y – como no – en esos dos soportes tan especial y entrañablemente portugueses como son los azulejos y los “registos” o “prendas” de convento…
Por eso saludamos esta nueva interpretación que, de ambos santos, nos llega de la mano del gran dibujante y maestro de la línea que es Juan Jiménez. Juan bebe en moldes clásicos pero – castizo madrileño que es – no desdeña ni la raíz ni la expresión popular. Como, por si no era suficiente, conoce cuanto hay de nuevo en técnicas, materiales y corrientes, nada nos sorprende su visión de estos dos personajes históricos que son, además, venerados como santos.
Hace ya años – más concretamente desde su canonización, ocurrida en 2009 – Juan Jiménez viene realizando interpretaciones de la singular figura de Nun’Álvares. Y no deja de llamar la atención la espiritualidad que consigue transmitirle – ya al joven y encumbrado guerrero ya al anciano penitente – un pintor en cuya trayectoria abundan los desnudos y los cuadros de temática erótica. ¡Quién sabe si, por ese mismo conocimiento, es capaz de despojar de toda sensualidad al que, habiendo renunciado a todos los honores, acabó como sencillo carmelita!
¿Y qué decir de nuestro teólogo, místico, asceta, sabio y taumaturgo medieval? El pueblo lo redujo a buscador de objetos perdidos y casamentero, como mucho al predicador al que atendían los peces, visiones que no pueden eximirlo de una cierta picardía en algunas de sus expresiones iconográficas. Él mismo –el mismo San Antonio- abandonó en su momento la casi descarnada concepción medieval para presentar al ser humano como una maravillosa obra divina, un alma que, como ser terrenal, necesitaba de esa corporeidad a la que había que atender: atender y no obviar, aunque sin sobreponerla nunca a la vertiente espiritual. Juan Jiménez así lo debe haber captado porque lo traduce en las acertadas líneas de su trazo maestro. Se cuida de que el cordón tenga tres nudos –más el cuarto que engancha en la cintura- se recrea en sus resplandores y  -conocedor y “tarareador” de zarzuelas- puede que lo represente haciendo un guiño a las mozas que se acercan a la ermita. Para entenderlo del todo, claro, habría que ser “modistilla”… pero de ésas nos tememos que ya no quedan muchas.
 
María Tecla Portela Carreiro
Lusista
Miembro de AMCA
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