Tono Brotons. AMCA-AECA
Nuria Alcaraz (1965), nace el mismo día que Frida Kahlo. ¿Será esto una impronta constelar? ¡Tiene toda la pinta! Nuria se identifica con la personalidad de Kahlo en muchas cuestiones. Su obra tiene mucho de autobiográfico y habla de su propio sufrimiento.
Es una pintora de convicción, una pintora de proceso, ama el acto de la pintura en sí. Pintar supone para ella una lucha contra una realidad que identifica constreñida, limitada. El tiempo que dedica a sus pinceles lo reconoce como una inversión sin parangón en favor de su libertad, de su autoconocimiento y de la catarsis propia del fluir en el proceso en sí. Reconoce que la pintura es terapéutica. Y lo hace con responsabilidad y con «el freno de mano echado» reconociendo el miedo que le da pensar en hasta dónde podría ser capaz de llegar si superase toda su represión.
Es la antítesis de Luca Giordano, conocido como Luca «Fa Presto» por su prolífica producción. ¡No!, Nuria no es una pintora prolífica, ni ello le interesa. Aunque desde hace ya más de 20 años lo hace sin descanso. Y aun así, su producción no es ingente, es rica en dedicación, en trabajo, en el detalle, en el color, en dimensión, en acabado.
Reconoce que cada pincelada la observa en toda su extensión de manera exigente. No hay impresionismo. ¡Todo lo contrario! Hay meticulosidad en la manufactura, la propia de un maestro relojero. Pone toda su atención en el engranaje propio del color, de las formas, de las composiciones, de los elementos, de los significados…

Sus cuadros piden ser observados de cerca tanto como de lejos. De lejos se reconoce la organicidad de las formas, lo mistérico y lo simbólico de sus elementos, referentes a la pintura del maestro holandés Jheronimus Bosch, «El Bosco». De cerca, la labor hacendosa y pretecnológica en su obra, en la que se descubren sus precisos recortes en papel colapsados en las composiciones y tratados pictóricamente para conseguir una perfecta fusión y un mágico trampantojo.
Pinta y compone con mucho mimo, sin prisas, escuchando las pinceladas y las tijeras, dejando que los pinceles y las cuchillas guíen el destino de su obra. Que el acto de pintar sea una aventura, un reto, un aprendizaje para su mirada. Pinta con el oficio propio de su entregada pasión a la pintura. «El oficio lo hace el trabajo» reconoce la artista.
En su repertorio simbólico, la esfera como emblema de la feminidad, como recuerdo de lo celular, de la vida, de la autogeneración constante de la naturaleza, de lo esencial. Sus ovejas que bien podrían ser, por un lado, una metáfora del adocenamiento de la sociedad contemporánea y, a su vez, como elemento crístico que nos acerca a nuestro propio misterio cargado de pureza e inocencia. Ranas, gaviotas, búhos, serpenteantes culebras, peces… hacen relato de su pasión por la naturaleza y los animales y recrean la ilusión de el equilibrio entre lo micro, lo íntimo, lo interior y lo macro, lo exterior, lo universal. Y en ocasiones la figura humana emerge, siempre en género femenino, de sus propios adentros.
Los elementos orgánicos, en un crisol de variantes, se multiplican y entrelazan vibrantes, como si siguieran un patrón numérico como el de Fibonacci o la Proporción Áurea, recordándonos la reproducción sistemática de lo natural, de la Vida… desafiando la dimensión propia de los lienzos como una suerte de cornucopia que nos vaticina la abundancia y entra en una narrativa enraizada con la esencia infinita del ser, del universo…con armonía, con equilibrio, con ligereza, con elegancia…

Le gusta desafiar lo preconcebido, lo pautado, romper con los límites desde la creatividad que emana de un alma que se declara rebelde pero responsable. «Yo hago lo que me da la gana» es su máxima. Quiere ser provocativa, incluso dice darse hasta permiso para ser «hortera», armonizar con estridencias, cuestionar hasta las más elementales teorías sobre la forma y el color. Al final, el resultado es agradable, armónico y elegante. ¡Y no se atribuye méritos! Dice no ser dueña de la pintura, sino que la pintura es dueña de lo que pinta. Declara que, de muy joven, siempre pensó que sería expresionista y alaba que la pintura le haya puesto en «su sitio». Se siente realizada en el acto de pintar y, en ese profundo agradecimiento a la experiencia, otorga la construcción del significado de su obra, con profunda generosidad, al binomio artista/espectador o «mirante» como a ella le gusta decir.
Recuerda a su padre, que falleció cuando ella cumplía 25 años, con pasión. Lo define como un artista. Describe su habilidad para el dibujo con intensa presencia, su natural hábito de poner en manos de sus hijas los recursos para la plástica, plastilina de colores, lápices, ceras, tijeras…recursos para jugar, para crear, para inventar….A su madre también le hace cómplice y aliada de su padre en el fomento de las capacidades creativas. Reconoce en ambos el germen de su creatividad sin límites. Y, de todo eso, queda un habitual y recurrente recurso en ella: pinta, colorea, recorta y pega…
Siendo muy niña, monta museos de piedras que recoge y pinta, las bautiza con nombres con sonido a Latín pero inventados. Inventa e inventa y hasta comienza a escribir un diccionario de términos inventados que pretende convertir en un lenguaje universal para niños. Escribió poemas y hasta llegó a ganar un concurso infantil de poesía con una poesía titulada «La inflación». La imaginación es su mejor amiga y compañera. «Esa niña que fuí es mi referente, lo que quiero ser de mayor» declara, nostálgica, la artista, con una sonrisa cargada de inocencia.
La comunicación audiovisual llama su atención y cursa estudios de operador de cámara. Eso sin duda aguza su mirada. Cursa un año de interpretación no reglada en la Cuarta Pared. «siempre quise ser actriz» y, desde su vanidad, reconoce que España se ha perdido una gran actriz. Completa sus estudios de Enseñanza Musical atraída por la música y ejerce de maestra. y mientras tanto, de vez en cuando, pinta, colorea, recorta y pega…
A raíz de una intervención quirúrgica, a comienzos de este siglo, reconoce que pinta, colorea, recorta y pega…, es el camino y ahí es donde declara encontrar esas sensaciones que le llevan a sentirse libre y plena. Consideró que, mejor que Bellas Artes, la vía era una escuela de pintura y recala en la Escuela Sotomesa donde comienza a formarse técnicamente guiada por su maestro Maurizio Lazilotta. Allí, sin abandonar su carácter rebelde, aprende en una suerte entrelazada entre sublevación y curiosidad, «learning by doing». Su maestro reconoce talento y tras dos años de alumna promueve su primera participación en una colectiva de mujeres en la galería Marina Miranda.
Se fragua la artista y crea un nexo con otras tres alumnas de Maurizio, Patricia Parker, Marina Miranda y Mª Luisa Mendoza. Lo que ellas denominan el grupo «4+1» en la que ellas conforman el núcleo de 4 y el 1 ha sido otorgado a pintoras que han trabajado eventualmente en el estudio de las cuatro. Desde entonces y hasta la fecha, comparten estudio y visiones, cada una desde su lugar. Aunque no sea su principal motivación la de exponer, en este punto, ya cuenta numerosas participaciones en bienales y exposiciones. Nos anuncia próxima individual.
Su apellido, Alcaraz, significa libro abierto. Así es Nuria y así la siento!