Obituario
JUAN ALCALDE, ORO BLANCO
Sufí de la Ribera de Curtidores, antibelicista, fantasma de castillo abandonado, trashumante de Europa y América, artista de París, torero de luna y miel, elegante y luminoso como un verso de Valery, pintor de la emoción y de seres desheredados. Hablaba mucho con Dios, pero nunca le oí las preguntas.
En los últimos años, grave, sin solemnidad, repetía: “tengo la edad de los muertos”. Parecía eterno, pero una afección renal nos lo arrebató el domingo 31 de mayo de 2020, a los 102 años: Juan Alcalde, el decano de los pintores españoles, “el pintor de la soledad”, como le bautizó Camilo José Cela.
Quien observare sus obras, aunque sólo fuere una vez, nunca olvidará su pintura blanca, a lo Marquet, de espacios vacíos; sus figuras mediterráneas de yeso. Su colorismo vanguardista, sus cabezas ovaladas, las tauromaquias, las mujeres esperando, las escenas de circo, su erotismo dulce. Su trazo que dibuja un surco por donde discurre en silencio la emoción, el duelo o la alegría, la vida. Su voz sonora, música ancestral; hechicero, transparente, templado, santo, pero agnóstico. Tenía un confesonario en su estudio y se encerraba a meditar entre un murmullo de pecados ajenos.
A su pesar, su vida tiene tintes novelescos. Nace en el corazón del Rastro, 1918; hijo de zapatero, quiere dedicarse al arte, recibe lecciones de Agustín López, asiste al Casón, al Círculo, ingresa en la Escuela de San Fernando, en 1934, obteniendo el Premio ”Molina Higueras”- ¡el único que iba a conseguir!-, Romanones le promete un beca, pero viene la guerra y todo se hace añicos y dolor y muerte y suerte negra.
Defiende voluntario a la República, su hermano muere en la trinchera, junto a él. Pasa la frontera francesa, es internado en un campo de concentración, huye a Montauban donde ve a Azaña y dibuja su cabeza yacente. Hace sus primeras exposiciones en Francia. Quiere embarcar hacia América con un pasaporte mexicano a cambio del dibujo de la cabeza de Azaña, no lo consigue, entra clandestino en España, es apresado y encarcelado en Barcelona.
Hace el servicio militar, se casa, pinta carteles de cine, expone en Zaragoza y Valencia, se marcha a Caracas, República Dominicana, donde hace dos retratos de Trujillo; Puerto Rico, y tras triunfar, en 1960, se instala en París. Al aire de los ”Artistes Espagnoles á Paris”, o en solitario, logra poner en valor su pintura regresando a Madrid, 1983, exponiendo con Biosca, que se convertirá en su galería, junto a Sala Dalmau, Van Dyck, Marmurán o Taller del Prado hasta el último momento.
De la enorme bibliografía que analiza su lenguaje hay que citar los textos de Camilo José Cela, Javier Rubio, Luis Caruncho, Jesús Cobo, Remo Ruiz, Fortunata Prieto Barral, Joaquín de la Puente ¡Expresionista, pop, metafísico, inocente, exergónico, figurativo!
Pintor, hacedor de libros, filósofo, vestigio de una época, conciencia ética; real, surreal, angélico. En 2007, Bruto Pomeroy rueda un film sobre un encuentro insólito: la hija del comandante del campo de Saint-Cyprien se enamoró del joven pintor y, setenta años después, viene encontrarse con su amor, creando una situación entre la fantasía, el esperpento y la demencia. Juan me lo contó, vi parte y me pidió que lo contara. Julia Sáez-Angulo tienen un texto inédito sobre este episodio.
En París coincidió con Lobo, Peinado, Viñes, Úbeda, fue amigo íntimo de Marcel Marceau, de Paco Ibañez. En el ático de las jaimas, en la Glorieta de Bilbao, le visitaban Vázquez de Sola, Ruiz Romero, Pacheco, Paco Molina, Romeral y más El visitaba las exposiciones de los jóvenes, les invitaba al taller. ¡Era un hombre bueno, un personaje histórico, hélas, y aquí sin enterarnos!
Tomás Paredes
Miembro de AICA