Tomás Paredes – Miembro de AICA Spain
Tomás Calvo me sorprende y acongoja con la infausta nueva de la muerte de Pepe Iglesias, querido y admirado poeta, cuando más tersa su voz era. Le conocí y traté en distintas circunstancias, pero donde le reconozco y ubico es en torno a la poesía.
Cortado a bisel, sin esquinas cortantes, con ángulos morenos y agarena melodía. Preciso y medido como un soneto, con el miajón del alma a punto y el mirar en celo, supo acariciar la palabra, o erizarla, hasta identificarla con la sangre del tiempo y la savia de la tierra, rociadas de emoción.
José Iglesias Benítez, Villalba de los Barros 1955, extremeño de raíz y embajador ajustado del perfume de su tierra, se había convertido en un símbolo de Extremadura, donde estuviere y cuando fuere. En Madrid, allí donde se oía la palabra Extremadura, Pepe estaba detrás, como un centinela de la luz, como un vigía vigilante y agradecido, hermoseando cuanto de ella procedía.
Era una limpia actitud, una pasión ennoblecida, muchas voces, pero lo más nítida es la de poeta, que se hace luz Cuando el amor me llama, para seguir con libros espaciados, madurados, cantando En esta lenta soledad. Y todavía Clamor de la memoria, Ritual de la inocencia, Revelaciones…
Es posible que me falte alguno de Sial, que ahora no encuentro. Libros dedicados con cariño y anotados y leídos con lo mismo, todos ellos un joyel, donde las almas se purifican y la imaginación se ensancha. Escritos con acribia, solercia, meguez, ritmo y magia. La palabra embridada y seducida y abandonada a que cumpla su destino.
Santiago Castelo le retrató en un soneto espléndido donde recuerda “que escribe y al hacerlo llora y canta”. Siempre en comunidad con la cultura y el arte, con los pintores que ilustraron sus libros: Rogelio García Vázquez, Félix Malfeito, Cañamero, Yuste ¡Cuántos momentos felices y gustosos entre las paredes de su estudio, con Paco Lebrato, Pedro de Lorenzo, José Miguel y su voz de tenor dulcificada!
Empático, animoso, franco, sonriente, amante de la vida y de las gentes, mollar; era un poeta estricto, insumiso, lúcido, naife, acicalando el tono como si hablara con Dios cuando sólo estaba hablando contigo. ¡Pepe, qué pronto, si fue ayer cuando nos vimos! En Oda a un ruiseñor John Keats, dice: Me duele el corazón y un entorpecimiento soporífero me punza/ el sentido, como si hubiera bebido cicuta/ o vaciado un narcótico lento hasta sus heces…”
Así me deja tu inesperada ausencia, poeta, corazón que latía al ritmo del galope de un caballo y ahora se detiene y nos desorienta y nos deja lluvia en los ojos, faltos de un ruiseñor y sin sosiego.