GRANJA EN INGLATERRA
Julia Sáez-Angulo
26/8/2020 .- Madrid.- “Yo tenía una granja en África, al pie de las colinas de Nagong” (“I had a farm in África at the foot of the Ngong Hills”) escribió Karen Blixen al comienzo de su célebre novela Lejos de África. Quiero emularla escribiendo: “Yo viví en una granja al sur de Inglaterra, no lejos del pueblecito de Ludlow, en el condado de Shopshire, a quince km de Gales, para pasar dos semanas de cuarentena que Gran Bretaña exige a los españoles que llegan, antes de que puedan incorporarse a su vida activa, en este caso, mi hija María.
La propiedad se llama Hanway House -porque aquí, cada casa tiene un nombre y esta granja cuenta además con un amplio prado bien cercado para delimitar la naturaleza. Un cercano y fresco bosquecillo de coníferas nos invita a pasear cada mañana por sus senderos.

Afortunadamente ni mi hija, profesora de Idiomas en Londres, ni somos víctimas de la pandemia, pero debemos cumplir la normativa del país y lo hacemos en este rincón maravilloso de la húmeda Inglaterra, acogidos por una amable pareja de granjeros: Torsten Fjästad y su esposa Daw. Estar así confinados nos recuerda a los autores del Decamerón en la Italia de 1348 o a Mary Shelley y sus amigos, cuando la autora inglesa escribió su célebre libro Frankestein o el moderno Prometeo en 1818. Yo solo escribiré algunas impresiones en un dietario, para recordar estos días de descanso y contemplación. María y yo estamos solas como huéspedes, junto a los anfitriones en la granja.
La circunstancia de este caso es que en Hanway House se guardan numerosas fotografías y algunos recuerdos de la escritora noruega Karen Blixen (1885-1962) en África, porque era amiga íntima de Ingrid de Maré -Lindstron al casarse- (1885-1983).
Henriette de Maré -Fjästad -al casarse- 1899-1998- era hermana de Ingrid y abuela de Torsten Fjästad, una mujer que vivió en África hasta 2011. Fue su nieto Torsten quien heredó la propiedad de Hanway House con todo lo que había dentro, incluidas las preciadas fotos. Los elevados impuestos ingleses obligaron a Torsten a hacer de la granja una casa rural para alojamiento de huéspedes.
Después de ver todas las fotos de la baronesa Karen Blixen junto a la abuela de Torsten, he visto de nuevo la película Memorias de África y he podido comprobar como, el director de la misma ha contemplado sin duda estas fotografías para representar a la baronesa junto a niños negritos y adultos africanos de la misma manera que en ellas.
El escritor Ernest Hemingway reconoció tras recibir el premio Nobel en 1954, que hubiera tenido que ser Karen Blixen quien lo obtuviera, pero las mujeres siempre tenían menos chance.
Es hermoso pisar y recorrer el prado verde y cuidado de Hanway House con su empalizada abierta, por la que se cuelan toda clase de animales y aves del lugar, para ir al comedero que Torsten les ha puesto en su terreno. Un cervatillo, al que llamamos Bambi, nos alegra la vista con frecuencia.
Solo podemos salir para ir a comprar al supermercado, pero no nos permiten ni comprar un souvenir, todo en una distancia muy corta desde la granja. Las medidas de seguridad se observan con rigor, porque no están los tiempos para imprudencias. Una tarde en la que mi hija y yo nos adentramos por el bosque, oímos de repente un trote de caballos y nos entró la inseguridad de si no nos habríamos alejado en exceso del punto de partida y que los vigilantes oficiales pudieran multarnos, por lo que nos alejamos del sendero para escondernos detrás de unos árboles y arbustos, como si fuéramos judías huyendo de los nazis. Fue lo primero que se me ocurrió pensar como analogía. Afortunadamente eran dos jinetes que se paseaban a caballo por el bosque.

Al regresar a Hanway House vi cruzar en el prado a Daw, la esposa de Torsten, una mujer alta, pelirroja, sumamente delgada, que cuida mucho su figura limitando su comida; es vegana y hace tai-chi. Camina dos horas diarias. Daw vestía pantalón largo de lino en marrón chocolate y una camisa en color marfil. Su silueta era espléndida. Una estampa refinada. Yo recordaba aquello que oí una vez, que las adolescentes inglesas son preciosas, pero que se desgarban y descoyuntan al pasar de la treintena. En el caso de Daw, cercana a los 50, no es así. Su estampa inglesa es soberbia y envidiable. Nos saludó desde lejos con la mano y un ¡Hello! informal a mi hija y a mí. Daw es tan sobria al comer y beber, que tengo la sensación de que no disfruta de la comida, frente a mi gusto por los aperitivos y sabores, que constituyen un goce en los días y proporcionan alegría de vivir. Son pequeños placeres, aunque me aporten algún kilito de más.
Hoy he visto correr a dos conejillos y un faisán por el prado impoluto de Torsten, escaparon por una pequeña portillera de la cerca. Enseguida apareció Bambi, con su estampa vulnerable e ingenua. Pone un toque de bondad a la naturaleza. La campiña inglesa es relajante e invita al paseo al menor rayo de sol, cuando no a la lectura. Una experiencia bucólica única en estos días de confinamiento. También a la televisión. Estoy viendo la serie Crown (La Corona), que no la había visto en España y me sumerge en la historia de la monarquía inglesa.
Mi hija me traduce lo necesario para comunicarme, pero estoy aprendiendo también un poco de inglés, como los colores, las frutas y verduras, los utensilios de mesa y cocina…
Si grato son los días de sol, tan apreciados por los ingleses, también lo son los días de lluvia, que le dan carácter y color a la vieja Inglaterra. Dado que la temperatura en la tarde puede bajar a trece grados, nuestro anfitrión enciende la chimenea, aunque sea el mes de agosto y todos disfrutamos de la leve caricia del fuego. El salón inglés, su living-room, es siempre acogedor con su muebles, sillones tapizados y cortinas gruesas, por eso los británicos lo trasladan allí donde van, incluida la India en tiempos del Imperio, con temperaturas más elevadas incluso que en España. Y en esos momentos finales del día, una copa de Jerez o de Oporto envuelve y conforta la mente antes de relajarse para ir a dormir.
Me viene a la memoria una cita de Karen Blixen que siempre me gustó, cuando un personaje dice: Mamá era como un atardecer al final de un día hermoso. Al leerlo me pareció el mejor elogio y recuerdo de una madre, la mejor descripción de una buena y completa jornada.