En el estudio del artista

29 octubre 2013
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Visitar el estudio de un artista es, con mucho, el trabajo más gratificante de los múltiples quehaceres que conforman la labor de un galerista. Más aún que el éxito de las exposiciones, que las críticas positivas, que las grandes ventas, entrar en el santa sanctórum del artista es siempre enriquecedor porque nos aporta una información que no siempre está en la obra de arte ni en el diálogo con el artista. A lo largo de los años he tenido ocasión de disfrutar en los estudios de docenas de artistas y con resultados muy variados, pero siempre enriquecedores. En la mayoría de los casos, aquella primera visita ha dado paso a amistades largas y colaboraciones fructíferas.

El espacio de trabajo nos muestra cómo se desarrolla el proceso creativo, de qué elementos se sirve el artista para crear, lo que lee, lo que escucha, nos muestra su orden, su capacidad de análisis, el respeto que siente por su propia obra, incluso sus debilidades. Visitando al artista en su estudio podemos hacernos idea de cómo será nuestra relación profesional con él o ella.

Gertrude Stein y Peggy Guggenheim hablaron mucho de sus visitas a los artistas de las vanguardias históricas o del expresionismo abstracto neoyorkino, de cómo disfrutaban y sufrían a la vez en la confusión de las obras amontonadas, mezcladas con bocetos, botellas y modelos. A menudo vemos la obra de arte en otra dimensión, apreciamos cosas que no son evidentes al verla expuesta, y comprendemos el origen y el camino que la han llevado a donde está, a ser lo que es. Los talleres de escultores como Fernando Suárez y Jesús Curiá están llenos de referencias que nos hablan de ese complejo proceso, desde las piezas pequeñas a los formatos monumentales, en el que la chatarra y el reciclaje producen obras de arte. Recuerdo el estudio de verano del pintor catalán Julio Vaquero en Banyoles, donde pequeñas montañas cónicas de polvo o de piezas tipográficas se convertían, gracias a una iluminación teatral, en grandes moles en el lienzo. Desde hace unos años, la iniciativa Open Studio nos permite acercarnos a los talleres de artistas reconocidos y noveles con la curiosidad y el respeto del profano, conversar con ellos y, sobre todo, escuchar y observar.

Hace pocos días he tenido el placer de visitar a la pintora Marta Maldonado en su estudio en el mejor momento, poco antes de que sus obras se trasladaran a la galería Alfama donde pronto inaugurará exposición. La conocía a ella, conocía su obra, pero me faltaba esa aproximación al terreno de juego para valorarla más en profundidad, y la experiencia ha sido muy buena.

La arquitectura del espacio en el que Marta trabaja tiene tanta importancia que llama la atención desde antes incluso de entrar. Es un espacio construido ex profeso para servir como estudio, taller, aulas, espacios de usos alternativos, auditorio, incluso una suerte de sala de exposiciones donde imaginar cómo será el resultado final del conjunto de las obras ya terminadas, una vez salgan para ser expuestas. Es también un espacio exquisito arquitectónicamente, de volúmenes cúbicos que se abrazan y dialogan, enormes ventanales que aportan la luz precisa. En el estudio conviven todas las cosas que sirven de apoyo a la creación, cosas tangibles pero también intangibles, como la luz o la música. Los libros que pueblan los estantes, desde grandes catálogos de exposiciones históricas a pequeños tratados técnicos, textos de otros artistas, cuadernos de bocetos y de apuntes hilvanados con notas o descripciones. En el estudio de Marta, sorprendía emergiendo de una esquina una pirámide de retales de telas africanas que han poblado muchos de sus lienzos en los últimos años y han marcado la línea, barroca e invasiva, de toda una serie a la que ella vuelve periódicamente. Y mucho metal, mucha madera, pequeñas esculturas y muebles recuperados, y también libros antiguos apilados en columnas, cuyos lomos de cuero recuerdan a las texturas de los lienzos de Marta. Su obra trasciende la pintura o, más bien, la pintura de Marta trasciende lo bidimensional y juega con soportes y volúmenes inesperados que rozan la escultura y la instalación. A veces ella se refiere a proyectos sin acabar de definir que dejan ver el proceso creativo en pleno desarrollo, y nos permiten imaginar o anticipar apenas cuál será el resultado, pero somos conscientes de que ni siquiera el artista sabe dónde terminarán. Y esa es una de las cosas más gratificantes de la visita al estudio de un artista, ser invitados como espectadores en un proceso íntimo en el que sólo participa el propio creador.

MARTA PÉREZ IBÁÑEZ

Miembro Asociación Madrileña y Española de Críticos de Arte

 

Foto: Estudio de Marta Maldonado

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