Della Realtá e dei Sogni

4 octubre 2012
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En uno de los poemas de Negli azzurri splendori della notte, primer libro publicado de poemas de Gianna Prodan, escribe la poeta: “Sulle sponde dell’essere si mescolano/ le incrociate correnti del vero e del falso,/ delle realtá e dei  sogni”.
En una entrevista, que le hice, publicada en El Punto de las Artes, 1.X.99., me decía Donaire: “Mi relación con la poesía está en mi mujer: la poesía es un milagro, en un espacio tan pequeño, decir tanto es un milagro”.

Y lo sigue estando, como su conexión a la actualidad, ya desaparecido el artista, porque Gianna Prodan ha cuidado su obra con acierto y sin pausa, con mimo, sin dejar ocasión para conferenciar, escribir o publicar sus inéditos y piezas claves.
En las orillas del ser de Joaquín García Donaire siempre se mezclaron “las encontradas corrientes de la verdad y lo incierto,/ de lo real y los sueños”. Poco más habría que añadir antes estas ambuezas de poesía de su pintura y su escultura.
De aspecto triste, diríase un personaje salido de un lienzo de Solana, ajeno, retirado, a su aire, creativo, creador, conocedor. Hablaba calmo, sosegado, en voz baja, pero se hacía oír;  entre la discreción y la ambición expresiva, creaba, vivía, sin que se notara. Se crió entre virutas en el taller de su padre y con su tío escultor, de la saga de los Corona-do. Nacido en Ciudad Real, 1926, fue becario en Madrid y Roma- donde conoció a Gianna-, profesor, imaginero, catedrático de escultura, numerario de la Real Academia de Bellas Artes e San Fernando.
Como veremos, en este breve y denso conjunto de piezas que se exhiben en el Centro Cultural Nicolás Salmerón, era un escultor que pintaba paisajes, tocado por el ala de la ductilidad y la sobriedad y un pintor que tallaba la madera, fundía en bronce y ensambla formas hasta articular un discurso vanguardista. Gran Premio de Roma, Medallas de Oro de Valdepeñas y de las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes, 1954 y 1957. Con las ceras y los carbones rozaba el milagro de la abstracción intelectual humanizada, que hurtó a la vista del público. Falleció en Madrid, el 21 de diciembre de 2003.
Es poco habitual que un escultor pinte sin dejar huellas de su oficio primo, pero nadie diría, que estos paisajes, que son como era Donaire, silentes y líricos, ascéticos y sencillos, originarios y memoriales, están realizados por las manos de un escultor.
Ha pasado el tiempo y su obra no se marchita, sus bronces nos siguen dando recados de su pasión por Moore y de su conexión con la poesía. Y sus pinturas dejan perfume de la soledad de los campos y de la ternura del autor, de su silencio y de la riqueza conceptual y cromática que le dan sentido. Más en la pintura, aparece un cuño inexcusable de su castellanidad y de su recia formación plástica.
Fue un escultor que hizo importantes, pero escasas exposiciones, aunque generó una cumplida nómina de monumentos para espacios públicos, diseminados por la geografía española e internacional. El hueco, el juego dialogante de lo sólido y el vacío llenan de contenido unas esculturas que nunca dejaron de tener en el centro de su cristalización al cuerpo humano, al hombre con sus avatares.
Gianna, su compañera de por vida, inductora de esta nueva muestra, continúa fiel a la obra de Donaire, que fue fiel a la realidad y a sus sueños. Y sigue insistiendo en hacer visible esta belleza misteriosa del arte de Donaire y de la emoción que los planos y el color proclaman. Mientras la poeta triestina escribe novelas y poemas, entre el mar y el desierto de Almería, la obra del maestro crece, como un suspiro que se va transformando en canto; como una honda partitura guardada, que los espectadores con sus miradas interpretan cada vez de una forma distinta, renovando su entidad,  haciendo sonar una música, que es una sinfonía.
En la mencionada entrevista que le hice, aparte de escribir en otras ocasiones sobre su trabajo, a mi pregunta sobre qué define la escultura, Donaire respondía: “La escultura es concreta y mental, antes de hacerla tienes que tener las formas en la cabeza. En la pintura hay más juego, puedes corregir; en la escultura no, te enfrentas al vacío, al universo que quieres de un tronco o un bloque de piedra”.
La ciencia muta, el arte permanece. La técnica progresa y se alimenta de su propia destrucción, sin la que no podría avanzar. Nada es viejo o nuevo en arte. Lo que permanece no es gracias al azar, sino al respeto de sucesivas generaciones, de distintas miradas que van descubriendo en cada momento una presencia, el aroma de la herencia más espiritual de la mano del hombre.
Del mismo modo que Aristófanes, en Las ranas, pone en boca de Esquilo un apoteósico y determinante: “la poesía no ha muerto conmigo”, sin entrar en otros pormenores, ante este universo plástico, podríamos decir que el arte no murió con Donaire.

 

Tomás Paredes


Presidente de la Asociación Española de Críticos de Arte

 

 

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