Concha Pelayo, ha presentado un nuevo libro “Cartas sin vuelta”, uno más en la larga trayectoria de esta escritora. El prólogo del mismo lo ha hecho Carmen Rigalt, escritora, y no me voy a parar a desgranar todas y cada una de las historias que cuenta, ya que Rigalt se encarga de describirlas. Mi intención es publicar este escrito y que el lector opine.
“Las cartas también pueden formar parte de la buena literatura. Es el llamado género epistolar y ha dado ejemplos gloriosos a lo largo de la historia. Yo he leído las cartas sin vuelta de Emilia Pardo Bazán a Benito Perez Galdós, dos escritores del siglo XIX que vivieron un tórrido romance del que dejaron constancia en su correspondencia. Y digo que he leído las cartas sin vuelta de Pardo Bazán porque desgraciadamente no se conservan las que le dedicó el autor de los Episodios Nacionales. De este hecho cabe deducir que Galdós, con la dejadez propia de un solterón, no tuvo a buen recaudo las cartas de su amante, de modo que a su fallecimiento cualquiera logró hacerse con ellas. Cuando un asunto es de dos, fácilmente puede hacer agua por una de las partes. No hace falta que se desvanezca la pasión, con que falle el orden en los cajones es suficiente.
Pardo Bazán era desinhibida y no reprimía las expresiones amorosas. Las cartas al mujeriego Galdós, a quien se calzaba en cualquier esquina, están cuajadas de guiños cursis y zalameros (miquiño, ratonciño mío, etc). Poco le importaba a doña Emilia (toda una señora condesa, y además casada) que tales intimidades se hicieran públicas. Su franqueza era tan conocida como su falta de recato, y gracias a ello, o precisamente por ello, sus libros fueron un permanente alarde de libertad.
En la literatura epistolar, la mayoría de cartas que se conservan pertenecen a una de las partes. Se supone que las de la otra parte se perdieron o fueron quemadas en defensa de la intimidad. Nadie sabe qué fue de las cartas escritas por Benito Perez Galdós, pero conociendo a la Pardo Bazán ( y realmente se la conocía por su manifiesta falta de prejuicios), seguro que no guardó las cartas de su amado bajo llave. Su hija Blanca pudo haberlas retirado de la circulación o trasladarlas involuntariamente, junto con otros enseres, al pazo propiedad de la familia de la escritora, que andando el tiempo fue vendido y se convirtió en el pazo de Meirás. Es excitante imaginar a doña Carmen Polo abriendo el cajón de una cómoda y encontrando las cartas del pecado. No quiero ni pensarlo.
Los libros epistolares suelen ofrecer una correspondencia coja, poniendo a prueba la capacidad intuitiva del lector. En el libro “Cartas a Galdos” del que extraigo estas anécdotas, la pasión galdosiana hay que deducirla a partir de algunas sugerencias de su amante. Teniendo en cuenta que tanto Galdós como Pardo Bazán se pusieron los cuernos a discreción, la correspondencia debió de ser tan fina como la rumorología que circulaba por Madrid y que dio origen múltiples chanzas.
Y para muestra, el botón. En cierta ocasión un guarda halló en el asfalto una prenda íntima femenina y no supo que hacer con ella. Dado que las mujeres llevaban mucha ropa interior y que doña Emilia era muy ardiente y cualquier rincón le venía bien para desfogarse, a nadie debía de sorprender que dejara un reguero de prendas por la calle. En esa época, la ropa íntima solía marcarse con iniciales bordadas (en el caso de las aristócratas, además, con una corona encima de las iniciales), así que al guarda no le resultaría complicado dar con la propietaria de tan regia prenda. Más de una coplilla debió de inspirar.
Cartas sin vuelta son también las de Concha Pelayo, aunque en su caso se trata de un recurso literario. Las cartas de Concha han sido escritas para formar parte de un libro y no han necesitado pasar por Correos. La autora no recurre a personajes de ficción porque no es una novela lo que pretende armar. En su mayoría son personas –no personajes- que pertenecen al entorno (o al recuerdo) de la autora. Muchas ya no viven. Lo digo reprimiendo un pellizco a la altura del esternón, pues en la primera parte del libro, Concha se pasa casi todo el tiempo en el cementerio. Esta circunstancia no solo es una consecuencia de lo avanzado de nuestras biografias (cada día se nos muere más gente) sino del sentimiento trágico de la vida que arrastramos en este país, especialmente en Castilla (y no quisiera herir susceptibilidades, pero León, en la hipérbole literaria, también es Castilla).
La lectura de algunas de estas cartas produce una extraña desazón. Estoy pensando en las hermanas de Claudio Rodriguez (por Concha me entero de que en su juventud, al poeta le llamaban Cayín). Tambien en esa carta hay un cementerio elípitico, pues a la autora le duele no saber dónde reposan los restos de las hermanas. He aquí más sentimiento trágico de la vida. ¿No quería café? Pues ya tengo dos tazas.
El género epistolar es interesante porque satisface la curiosidad del público, pero no está exento de morbo. La correspondencia es algo íntimo (como un diario personal, como la carpeta de los secretos de los niños, o como las bragas bordadas de Emilia Pardo Bazan), pero al hacerse públicas se convierten en patrimonio de la humanidad. Debería estar prohibido airear la correspondencia. Llegará el día en que los escritores (o los directores de cine, o los políticos no escribirán cartas (ni whatsapp) por miedo a que los aireen después de muertos.
Las cartas, como recurso literario, funcionan siempre, ya sean en clave personal, o con un fondo de artículo. Las cartas sin vuelta de Concha Pelayo pertenecen a la primera categoría (la personal) y en algunas he advertido unas pinceladas de memorialismo que me ha sabido a poco. Desde aquí le pido a la autora que no se corte. Todavía está a tiempo de explotar el registro del pasado, que tantas satisfacciones proporciona. Todo es cuestión de proponérselo. La infancia es la patria de las señas de identidad.”
El libro se puede adquirir poniéndose en contacto con Concha Pelayo y/o con la editorial.
Manoli Ruiz
AECA/AICA,Spain