Si el alma no puede pensar si no tiene un fantasma como objeto, Belén –que inaugura exposición en Madrid este cinco de julio- no puede pintar si no tiene una ciudad como razón. No necesita hurgar en sus cloacas para desentrañar una experiencia única de la misma en el ámbito pictórico.
Sus obras son síntesis y movimiento, dinamismo y quietud en lontananza, que tienen en el sentimiento un cauce que parece difuminarse sin llegar a desvanecerse, que tiene en el viento que sopla rastros diseminados, en sus habitantes preludios de sombras y en la soledad huellas oscuras.
En definitiva, su imaginación creadora no rehúye la realidad, tiene la sabiduría plástica necesaria para penetrarla y conjugarla, extrayendo de ella, gracias a su magia para construir espacios e infundirles el cromatismo preciso, los aspectos que identifican esa urbe actual a partir de múltiples perspectivas y fabulaciones que la hacen un espejo que crea un más allá y un más acá.
Gregorio Vigil-Escalera