Cada jornada, Abel Cuerda tiene una cita muy especial en su estudio de Valdeverdeja Toledo).
Le esperan un lienzo y los materiales, que son su pasión y su reto diario. Cuando el maestro dialoga con ese soporte inmaculado se produce un momento pleno de magia. En ese espacio silente, donde la incertidumbre se agiganta y la inspiración se hace de rogar, Abel, desde la calma o desde la visceralidad afronta el desafío de la creación. En el instante en que consigue superar el reto y concibe una nueva obra, se siente como si fuera Febo, el Dios romano de la belleza y las artes plásticas.
Su trayectoria, prolífica y libre comienza de manera fulgurante, con dos primeros premios en las Bienales de Bilbao (1970) y de Madrid (1970). Conseguirá muchos galardones, uno de ellos y el que más le ha emocionado, es ser elegido “Castellano Manchego del año 2017”, premio que concede la Casa Regional de Castilla La Mancha en Madrid.
Abel busca la perfección, persigue la armonía y consigue el equilibrio perfecto en su composición. Es una pintura en la que el color tiene una presencia destacada en un trayecto artístico en el que Cuerda viaja por el informalismo, la abstracción y el expresionismo abstracto, manteniendo siempre su identidad creativa.
Abel me confiesa que “los pintores hablamos mejor pintando” y él, habla muy bien, crea y vuela en libertad, como su obra, como es su vida. La muestra que podemos disfrutar ahora en la madrileña Galería Orfila es impresionante y merece ser vivida y compartida. Y es, además, una excelente oportunidad para conocer en toda su dimensión el resultado de una vida entregada al arte, de un arte, que es vida.
Juan Antonio Moreno Rodríguez
Crítico de cine y arte